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viernes, 11 de junio de 2010
El Museo de Medicina de Oza
En A Coruña hay un pequeño Museo de Medicina. Me enteré por casualidad y un amigo que trabaja en el Hospital Teresa Herrera se ofreció a enseñármelo porque hay que pedir permiso para visitarlo. El museo ocupa dos salas en uno de los edificios del Campus de Oza. En uno de los edificios situados en lo que primero fue el fortín de Oza, luego Lazareto, Hospital de Tuberculosos y ahora Hospital Marítimo de Oza y el Campus de Biomedicina. La primera sala contiene material hospitalario de la primera mitad del S. XX y la siguiente sala recrea un quirófano infantil con su mesa de operaciones de tamaño reducido cubierta con un paño bordado con motivos infantiles. Los bordados son un intento de dulcificar la seriedad que siempre impone un quirófano. Me acordé del día que me extirparon las anginas, debía tener 7 años, el médico me decía que tenía que ser valiente como Popeye y desde entonces me cae mal ese personaje. Me contaron que hace 15 años vino una señora que se había marchado hacía 50 años para Argentina. Antes de embarcarse le hicieron una operación de cadera en ese mismo quirófano y todavía se acordaba de la lámpara de la mesa de operaciones que todavía se puede ver en el Museo.
Entiendo que para una persona de la calle el Museo no pase de ser una colección de cachivaches viejos. Para mí como microbiólogo es un lugar fascinante. Es con la tecnología expuesta en este museo que se logró pasar de 800 muertos por enfermedades infecciosas cada 100.000 habitantes por año a sólo 200 muertos. ¡Os podéis imaginar que en una ciudad como Santiago de Compostela se salven cada año 600 vidas!. En 30 habría 18000 nuevos vecinos. La tecnología se basa en principios higiénicos que hoy en día nos parecen básicos: lavado de manos, esterilización del material quirúrgico, lo que permitía matar a todas las bacterias del instrumental quirúrgico, separar a los enfermos con enfermedades infecciosas, el uso de la lejía como desinfectante. Esta tecnología se basa el conocimiento de que cada enfermedad infecciosa se debe a un microorganismo con capacidad para propagarse entre las personas. Hoy en día las películas de ciencia ficción tratan con toda familiaridad la idea de virus o bacterias mutantes que amenazan a la humanidad, sin embargo, hace sólo 145 años la humanidad desconocía la existencia de microorganismos capaces de producir enfermedad. Una vez que sabemos que la difteria, el cólera, la peste son causados por microorganismo y no por maldición divina, mal aire... es cuando podemos buscar soluciones a las enfermedades infecciosas, así por ejemplo hace sólo 138 años que Pasteur recomienda a los hospitales militares hervir el instrumental quirúrgico y los vendajes, y es esa la tecnología que podemos ver en las salas del Museo de Oza. Además en el recinto se puede observar, si se cuenta con alguien que te lo explica tan bien como lo hizo Fernando, toda la infraestructura organizativa que rodeaba al hospital: el antiguo edificio del fortín, que antes era cuerpo de guardia de la guarnición y almacén de pólvora reconvertido en cocina y albergue de la comunidad de monjas que eran entonces las encargadas de la enfermería. Subrayó Fernando la capacidad organizativa de estas monjas acostumbradas a estirar los recursos siempre escasos. Es muy interesante observar como las infraestructuras de defensa de la ciudad primero frente a piratas y escuadras enemigas se emplean para hacer frente a las enfermedades infecciosas con la construcción del Lazareto en donde se recluían a aquellas personas que venían por mar portando enfermedades infecciosas, el hospital de tuberculosos.
Hoy en día que contamos con vacunas y antibióticos para mantener a raya a los microorganismos nos damos cuenta que tenemos que hacer frente a nuevos retos: la aparición de bacterias resistentes a los antibióticos, gripes virulentas. Es por ello que necesitamos a los científicos y nuevos Institutos de Investigación, lo mismo que hace cien años tuvimos que incorporar los adelantos que en aquel entonces venían de Francia, Alemania, Inglaterra para estar preparados frente a microorganismo que están en evolución constante.
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