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viernes, 22 de abril de 2011

La bacteria comecarne y el éxito del guerrero civilizado

Fig. 1 En todas las charlas científicas se utiliza el powerpoint. Son charlas de 50 minutos, en los que se pasan alrededor de 50 diapositivas. Al final de la charla se aplaude hay un turno de preguntas de entre 5 y 15 minutos. 

En el campo de la microbiología las dos primeras diapositivas siempre, y quiero decir SIEMPRE, son para demostrar al auditorio cuan mala malísima es la bacteria con la que está trabajando el que da la charla. Luego resulta que la charla versa sobre una enzima fosforilasa que controla la junta de la trócola y para nada se habla de la cura de la horrible enfermedad que provoca esa bacteria.
Es el caso de Streptococcus pyogenes, una bacteria que vive en nuestra piel y que puede causar problemas como faringitis que se pueden complicar en escarlatinas. Se le llama comecarne porque puede provocar la necrosis (muerte) de las células del tejido blando conocido como fascia, que es una capa de células que están debajo de la piel. Aunque este bacteria todavía es sensible a la penicilina cuando provoca esta fascitis necrotizante hay que eliminar el tejido dañado con cirugía. Causa entre 500 y 1000 casos al año en todo el mundo, del que el 20% son mortales. Sin embargo, ¿podemos llamarle bacteria comecarne cuando seguramente se pueda aislar Streptococcus pyogenes en la piel de cada uno de nosotros?. Está claro que lo que el investigador pretende es demostrar a la audiencia: “mirad que bacteria más mortal y cuan importante es el trabajo que yo hago”, es lo que en castizo se llama “arrimar el ascua a la sardina”.

“Arrimar el ascua a mi sardina” 

 En eso consiste gran parte del esfuerzo de los científicos. No llega con hacer tu trabajo. Imagínate. Trabajas 40 horas a la semana, concentrado, a buen ritmo. Publicas un artículo cada dos años. Hay personas de tu misma edad que en dos años publican 10 artículos. ¿Es que trabajan 400 horas? pues no. Publican más porque son más eficaces, dominan el arte de arrimar el ascua a su sardina. El trabajo no acaba en esas 40 horas. Hay que tener buena relación con los miembro de tu laboratorio y laboratorios afines, así se consiguen colaboraciones: yo trabajo un poquito en tu proyecto y tu en el mío, así yo iré en tu artículo y viceversa. Es importante trabajar en técnicas y proyectos que te permitan meterte en el trabajo de otros. Por ejemplo si yo consigo un mutante luego vendrán a pedírmelo y yo lo cederé con la promesa de ir en ese artículo. Llevarse bien con el jefe, conseguir entrar en el proyecto “sexy” o importante del laboratorio. Ir a los congresos, hablar con los capos científicos, empatizar con ellos porque serán los que al final corrijan tus artículos. Hay una amplia panoplia de movimientos que se pueden hacer para ser eficaz y hacer que tus 40 horas de trabajo cundan como 400.

El joven científico aprende desde el primer momento a “arrimar el ascua a su sardina”. Los hay más exitosos y ese éxito los va consolidando en su puesto de trabajo. Con cuarenta años tienen ya plaza propia y a partir de ahí el resto de su vida laboral es un suma y sigue. Es bastante alucinante asistir a los congresos y ver a los grandes capos de 55 y 60 años rodeados de dos o tres investigadores jóvenes que decididamente quieren ser como ellos. Ver como uno de estos capos viene a hablar con otro capo que está hablando contigo y se lo lleva del brazo para que vea su póster pasando ambos olímpicamente de ti. Te preguntas ¿pero a estas alturas, a esta gente le hace falta hacer este tipo de cosas?. La respuesta es que no saben hacer otras. Tienen 65 años y siguen haciendo aquello que saben hacer bien. Tienen 400 artículos y todavía les hace ilusión tener uno más. Es meritorio en cierto sentido.
¿Cuáles son las consecuencias de esta dinámica?: hay campos como la patogénesis microbiana en donde hay 40 laboratorios, es decir, 40 capos que publican prácticamente en todas las revistas buenas constantemente. Lo mismo ocurre con los congresos. El jefe de un laboratorio bien posicionado viaja cada 10 días a un congreso donde vuelve a exponer una y otra vez los mismos trabajos.
Fig. 2. La mejor obra de Pierre Clastres

¿Es buena para la ciencia la sobreproducción? 

Los indios Yanomami del Amazonas resolvieron este problema de la siguiente forma. Para evitar que ciertos guerreros acumularan poder los obligaban a superar en cada batalla sus gestas. Si, por ejemplo, habían matado a dos enemigos, en la siguiente batalla debían matar al menos tres. La propia tribu los rechazaba, o al menos no revalidaba su gloria si no era capaz de superarse. Esto es lo que cuenta el antropólogo francés Pierre Clástres en el capítulo “la desgracia del guerrero salvaje” de su libro “La sociedad contra el estado”. ¿Se imaginan? en vez de darles premios, reconocimientos y honores se les exigiría arriesgarse en donde nadie se había arriesgado antes. Enunciar hipótesis atrevidas con el alto riesgo consabido de fracaso. ¿Les serviría ese fracaso de algo?, ¿serviría a la ciencia como empresa?.
Fig. 3. Los yanomami son indígenas del norte de Brasil y sur de Venezuela

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