Emmanuel Timoni, (1670-1718) fue médico al servicio de la embajada británica en Constantinopla a principios del siglo XVIII. Su nombre permanece unido a la propagación de la inoculación contra la viruela en Europa. Graduado de la Universidad de Padua, miembro de la Royal Society de Londres desde 1703, el doctor Timoni publicó en 1713 en las Philosophical Transactions of the Royal Society su tratado sobre la inoculación. Su trabajo fue publicado nuevamente al año siguiente en Leipzig. En este trabajo mencionó a mujeres otomanas que, para protegerse de la viruela, adquirieron el hábito de contagiarse levemente pinchándose con una aguja empapada en pus.
Fue Timoni el que convenció a Mary Wortley Montagu que difundiese las virtudes de la inoculación en Inglaterra. Posteriormente, Edward Jenner, gracias a su elegante experimento con el niño James Phillips
en 1796, demostró científicamente que la vacuna era segura y que realmente protegía de la viruela. De esta manera, las vacunas empezaron a ser la mejor y más barata herramienta con la que cuenta la medicina para salvar vidas.
Edward Jenner publicó sus resultados en 1800. En 1803 sale de A Coruña la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna con destino a América para vacunar al máximo número de personas contra la viruela. Esta se convirtió en la operación de salud pública más importante de la historia. La expedición arribó a Quito de la mano de Saldaña y fue acogida con entusiasmo por la población, por lo que Quito puede presumir en ser una de las primeras ciudades en realizar una campaña de vacunación masiva del Mundo.
Expedición Balmís o de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna
La historia de la vacuna ejemplifica como funciona el método científico. Primero, las mujeres, que atentas a aquello que pudiese proteger la vida de sus hijos, se dieron cuenta que inocularse el pus de personas enfermas no enfermaban y quedaban protegidas de contagiarse del virus. Ellas no sabían porqué pasaba, pero ello no las frenó de hacerlo ya que sabían que aquellas que lo hacían quedaban protegidas. Lo que hizo Jenner fue el típico experimento que permitió, de una manera lógica, afirmar que efectivamente, esa práctica nos protegía del virus y hacía que no desarrollásemos la enfermedad. A partir de ahí, lo único que había que hacer era llevar la vacuna a todo el mundo hasta que el virus, al no tener personas no vacunadas que infectar se extinguiese.
Ese día llegó. El día 9 de diciembre de 1979 se declaró oficialmente extinguido el virus de la viruela humana.
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