Hago copia pega de un escrito que ha publicado mi amiga madrileña Nuria (amiga que por su condición de capitalina se niega a recorrer los 500 km que nos separan para visitarme, a pesar de que lo prometió en su día ¡Qué malo debo ser para que no me visiten los amigos!) en su Facebook y con el que coincido al 100%. Ahí va su escrito:
Queridos lectores,
Últimamente estoy viendo en mi página de inicio entradas apoyando la nueva ley en defensa de los derechos de los animales, en particular la que prohíbe su experimentación con fines cosméticos.
Sinceramente, si esto se ha determinado así, muy posiblemente haya sido por causas completamente ajenas a lo que los ecologistas y/o defensores de los animales denominan una “lucha de principios”. Personalmente quiero manifestar mi alegría con dicha ley, básicamente porque amo a los animales como ninguna otra persona. Sin embargo, quería exponeros otro punto de vista. Me gustaría, a todos aquellos a los que realmente le interesara este tema, que dedicaran un par de minutos a la lectura de esta nota y lo hicieran con carácter crítico.
La experimentación con animales es un hecho que ha determinado que hoy en día podamos curar desde un simple dolor de cabeza, un catarro o una lesión muscular, hasta casos en donde la gravedad se extienda hasta denominarse cáncer, Alzheimer, enfermedades neurodegenerativas, etc. Se experimenta con animalillos porque son lo más parecido a los humanos. Afortunadamente, el Dr. Mengele ya murió y nuestra ética y moral hace que no usemos a nuestros congéneres para tales fines. Si no la tuviéramos, desde el punto de vista práctico, experimentar con un humano sería lo ideal. Y tanto lo es, que a los que se prestan voluntarios para ciertas “perrerías” en fases clínicas avanzadas les pagan muy bien (tanto que algunos pagan con su vida).
Precisamente ese es el pequeño detalle del que os quería hablar. Para que un medicamento salga al mercado, tiene que generarse previamente en la mente de algún científico como posible solución a un malestar o aplicación para un beneficio, y hasta que pudiera aplicarse a humanos, harían falta una serie de largos años de tediosa comprobación de que, efectivamente, no va a producir daños colaterales o efectos secundarios indeseados. Esto es lo que se conoce como “ensayos clínicos”.
Imaginaos, a veces una sustancia que estaba muy controlada en ratas y monos (estos últimos con una similitud de hasta un 97% con los homo sapiens), es capaz de producir una respuesta nociva en el humano que puede ponerle en peligro…
Ahora bien, vamos a pasar a la parte de la cosmética. Ésta, que según wikipedia y la RAE es una disciplina que pretende preservar o potenciar la belleza del cuerpo, especialmente la del rostro, tiene como diana principal la piel, que es el órgano mayoritario del cuerpo humano con un peso promedio total de unos 5 kilos. La piel actúa como barrera protectora que aísla al organismo del medio que lo rodea, protegiéndolo y contribuyendo a mantener íntegras sus estructuras, al tiempo que actúa como sistema de comunicación con el entorno (definición que la vais a poder encontrar en cualquier sitio).
Dado la importancia de este órgano, que se presenta como barrera entre lo que hay fuera con lo que hay dentro de nuestro cuerpo, uno debería ser muy cauto con lo que comercializa en el mercado de la industria cosmética. No me imagino yo a ninguno de vosotros, si se os ocurre la feliz idea de emprender una empresa en este sector, sacar al mercado productos que pudieran dar lugar a alergias, eccemas, erupciones cutáneas y demás adversidades…
Claro que ciertas empresas han sabido darse muy bien a conocer con un buen marketing, captando así a criaturas muy comprometidas con el bienestar animal y el medio ambiente. Valga el caso de “The Body Shop”, quien externalizaba sus servicios de test en animales para lavarse las manos y tener algo con lo que ganarse a su crédula y bienhechora clientela para poder garantizar que ellos mismos no lo hacían. No, ellos mismos por ley no, pero al que “se comía el marrón” lo pagaban bien …
Normal … si yo fuera la dueña de The Body Shop tendría tremendas pesadillas sólo de pensar en sacar un producto al mercado que sólo hubiera pasado el control de calidad en una placa petri de un laboratorio, en donde se ha visto que no es alergénico sólo porque no ha producido la secreción de IL-4, IL-5 o IL-13 por parte de unas células al medio celular. Insisto, en una reducida placa de cultivo de no más de 10 cm de diámetro ¡!! Vamos, que la probabilidad de que alguien se lo aplicara en su piel y, por tratarse quizá de ser una persona con una sensibilidad superior le produjera una reacción alérgica, estaría presente, como presente estaría la demanda del usuario así como el escándalo y consecuente cierre de la empresa. Esto incluiría también a los “voluntarios” que se prestaran a probar sus productos, que aquí desconozco el procedimiento.
En cualquier caso, esta ley ha entrado en vigor desde el pasado 11 de marzo, muy posiblemente con el consentimiento de las compañías cosméticas. Y es que parece ser que ya están todos los químicos probados. Sí, toda esa retahíla de butiles, alcoholes, parabenos, tocoferoles, glicerinas, y demás que se puede leer en el dorso de los cosméticos ya se ha probado en diferentes combinaciones y diferentes concentraciones en animalillos, de manera que para qué seguir torturándolos si debe haber decálogos enteros sobre sus efectos? Desde este punto de vista, me alegro.
Pero no seamos inocentes y no nos engañemos. Nadie que compre una crema en la farmacia y vea escrito “dermatológicamente testado” está comprando un producto cuyos controles de calidad no hayan pasado por el protocolo del ensayo clínico (recordad, ensayo clínico implica un modelo animal previo). Y qué contentos nos ponemos de que no se nos ponga el ojo a la virulé, o que el culito de nuestro bebé no se ponga rojo como un tomate… ¡!
No pretendo generar polémica con esta nota, simplemente haceros ver cómo funcionan realmente las cosas. La experimentación con animales es, queramos o no, una salvación para los humanos. Y es necesaria. Eso sí, muy controlada.
Nuria
P.D. En memoria a los más de 5.000 ratoncillos que haya matado a lo largo de mi vida. Espero haber contribuido al menos al avance de la ciencia. Si no, que me lleve el karma ¡!!