Publicado en EL PAÍS - Opinión - 19-04-2010
Este es quizás el mejor artículo que haya leído sobre el tema.
ÁNGEL CABRERA
Es preocupante que España no tenga ninguna universidad entre la élite científica y tecnológica mundial. No es una mera cuestión de orgullo patrio. Nos jugamos buena parte de nuestra prosperidad económica. Una economía avanzada como la española, con rentas altas similares a las de los países más desarrollados y con uno de los mayores niveles de bienestar del mundo, sólo puede seguir creciendo a través de la innovación.
La Universidad es uno de los motores de innovación más importantes y por eso es fundamental que esté a la altura.
Según el Academic Ranking of World Universities (realizado en Shanghai), ninguna universidad española se sitúa entre las 100 primeras en términos de investigación y sólo una (Barcelona) se encuentra entre las 200 mejores. Ninguna universidad española sobresale en ciencias naturales, ingeniería, agricultura, o ciencias sociales. Sólo en medicina, una universidad española (Barcelona), aparece entre las 100 primeras. En el ranking elaborado en España por el CSIC tampoco aparece ninguna universidad española entre las 100 primeras, y solo dos (Complutense y Politécnica de Madrid) entre las 200 mejores.
Curiosamente en el fútbol, donde nos jugamos bastante menos, nos va mucho mejor. España tiene 11 de los 100 mejores clubes de todos los tiempos, incluidos dos (Barcelona y Real Madrid) entre los 10 primeros. Los clubes españoles han ganado la Copa de Europa más veces que los de ningún otro país. Los mejores jugadores del mundo aspiran a jugar en España, donde más de la tercera parte de los jugadores de primera división son extranjeros. Y esta inyección de talento internacional ha contribuido a elevar el doméstico al mejor nivel de la historia. Según la FIFA, la selección española es hoy la mejor del mundo.
El éxito del fútbol español no es casual, sino que es el resultado de una combinación de enormes recursos financieros, concentración de talento, dinámica competitiva y estructuras efectivas de gobernanza y rendición de cuentas. La presión de los socios de un equipo como el Real Madrid tras ser eliminado de la Champions y derrotado en casa por su eterno rival, se hace sentir de manera casi inmediata sobre la junta directiva, como lo es la de la junta directiva sobre el entrenador y la del entrenador sobre la plantilla. Si usted fuera presidente del Real Madrid, estaría pensando ya en sustituir al entrenador y en reforzar la plantilla, por la cuenta que le traería.
Nada parecido ocurre en la Universidad. Si usted fuera rector de cualquiera de las 50 universidades públicas españolas, no sentiría prácticamente presión de los contribuyentes (los "socios" que pagan sus facturas), ya que éstos no tienen ninguna influencia, directa o indirecta, en su nombramiento. Por ley son los miembros de la plantilla quienes eligen al rector.
Si por cualquier motivación personal usted decidiera que los resultados actuales no eran aceptables, no tendría la capacidad de sustituir a sus decanos o directores de departamento ya que ellos también son elegidos por la plantilla. De hecho, se puede dar el caso de que sus decanos tengan ideas diametralmente opuestas sobre las prioridades de la Universidad.
Si por intervención divina los decanos estuvieran de acuerdo en la necesidad de mejorar dramáticamente la producción científica, poco podrían hacer ellos para reforzar la plantilla y fichar alguna estrella de fuera, ya que la ley les deja muy poco margen de maniobra para atraer y compensar a nuevos profesores.
Si a pesar de todo esto, usted consiguiera milagrosamente mejorar los resultados, sería muy posible que perdiera su cargo en las próximas elecciones porque seguramente habría herido las sensibilidades de una buena parte de la plantilla con tanto cambio y exigencia.
El problema de la Universidad en España no es sólo de financiación, sino de gobernanza y rendición de cuentas. Los rectores necesitan mayor autoridad (especialmente para contratar profesores dentro y fuera de España y compensarlos competitivamente), pero al mismo tiempo deben ser nombrados y evaluados por consejos independientes. La investigación necesita, es cierto, mayor inversión pública, pero los fondos han de ser distributivos imparcial y competitivamente, en base exclusiva a méritos. Las universidades tienen que involucrarse más en los procesos de innovación empresarial, pero a su vez han de ser capaces de beneficiarse del valor comercial de sus descubrimientos.
Estos cambios pueden ser introducidos a través de una reforma a fondo de la ley de universidades o introduciendo nuevos modelos de Universidad de financiación mixta y gobernanza independiente, o incluso abriendo el mercado a universidades extranjeras que pongan mayor presión competitiva sobre el sistema. Sea como sea, aumentar la competitividad investigadora de la Universidad española debe ser una prioridad estratégica, no ya para salir de la crisis, sino para sentar las bases de una economía innovadora y competitiva a medio y largo plazo.
No todas las universidades van a alcanzar la élite mundial, pero si un par de ellas lo consiguen, los resultados serán beneficiosos para todo el sistema universitario y para el conjunto de la sociedad. España necesita urgentemente un Madrid-Barça, de universidades.
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