En informática se diferencia entre lo que es sistema y lo que es software. El software es el programa, las instrucciones que van a modificar los datos. El sistema son los programas más la máquina, el hardware. La vida se origina cuando aparece una cadena de nucleótidos de ARN capaz de producir una copia de si misma y que, al mismo tiempo, esa cadena sea capaz de realizar alguna acción. Este tipo de moléculas todavía existen hoy en día: se llaman ribozimas. El ribozima es software y hardware al mismo tiempo. Cuando aparecieron este tipo de estructuras por primera vez en el planeta Tierra hace más o menos 4000 millones de años no había nada similar. Eran las primeras entidades biológicas. En un principio fue el verbo. El verbo como imagen de información y acción al mismo tiempo.
Los seres vivos no pueden mejorar su código genético (al menos hasta ahora)
¿Cómo se podía mejorar el código, la información? Cuando un informático escribe un programa sabe que el programa en si es mejorable. Con el tiempo le va añadiendo o quitando cosas. Él es capaz de modificar ese código. Las moléculas autorreplicantes como el ARN lo que buscan es hacer una copia fidedigna de si mismas. El código cambia cuando la copia de si misma ya no es fidedigna y aparece una mutación, un error, una falta de ortografía. Por azar puede que ese nuevo cambio tenga de alguna manera sentido y le de al organismo portador de ese cambio alguna nueva habilidad que haga que su descendencia tenga más probabilidades de, a su vez, tener más descendencia, que aquellos que no tienen ese cambio. De esta manera la selección natural y la mutación van, error y prueba, mejorando el código y de aquella molécula primigenia de ribozima llegamos a tener colonias de termitas, ballenas azules y bonobos. Todo ocurrió porque ese ribozima no estaba flotando en una sopa. Estaba intercalado entre las hojas de los filosilicatos ¿Qué son los filosilicatos? no es otra cosa que el humilde barro. Cada capa funcionaba como una celda, una célula primitiva. Al estar los ribozimas individualizados en capas, cada vez que había un cambio en el código del ribozima se podía seleccionar porque iba a haber “capas” de filosilicatos que desplazasen a otras capas y de esta manera la selección natural podía operar y dar ventaja a quien estuviese mejor “escrito”.
El flujo de información siempre va desde el ADN a las proteínas, es decir, del software al sistema. El sistema no tenía, hasta ahora, la posibilidad de cambiar el código. Lo que ocurría es que había muchos, muuuuuchos organismos, unos con un código mejor escrito que otros y estos eran los que iban a tener más posibilidades de dejar descendencia y que con el paso del tiempo ese código mejorado iba a tener una frecuencia en la población mayor. Sin embargo la humanidad está aprendiendo a escribir el código y a mejorarlo. Es lo que los científicos conocen como "edición del ADN". En esta tecnología las bacterias tienen mucho que decir. Mediante la técnica CRISPR-Cas, un sistema de edición del ADN desarrollado por virus y bacterias, descubierto por el español Francisco J. Mójica, en el laboratorio podemos descartar los embriones que tengan genes no deseados. De esta manera en vez de eliminar a los organismos ya nacidos los podemos eliminar en estado de embrión en el laboratorio.
La idea es buena si elimina el sufrimiento de las familias. Tener un hijo con una enfermedad rara o degenerativa debe de ser una carga terrible para ese hijo y para su familia. El poder reescribir el código genético, como si fuésemos programadores informáticos obliga al ser humano a replantearse su lugar en el mundo. Ya no somos Fernández, hijo de Fernández y nieto de Fernández. Nuestra herencia puede ser modificada si hay algún factor hereditario susceptible de provocar una enfermedad. ¿Podríamos extender esta tecnología para conseguir hijos con ojos azules y tez más clara?. En muchos países, y ejemplo de esto son los países latinoamericanos, existe una pigmentocracia. Muchas personas asocian la tez clara con una mayor preeminencia social. Las africanas se gastan su dinero en productos blanqueantes nocivos para la piel.
Obra del pintor mexicano Miguel Cabrera (1695-1768). La pigmentocracia es un sistema de organización social y de reparto de poder que se basa en el color de la piel. |
El director de cine ruso Tarkovski era un enamorado de la Edad Media. Intuía que el hombre medieval era más feliz porque se sentía en el centro del mundo, objeto del amor de Dios. Cuando veía sus películas observé este hecho pero no le di más transcendencia. Al llegar al Ecuador y conocer a personas creyentes, personas que se sentían señaladas, protegidas y mimadas por “Diosito” me di cuenta de que eran personas felices y con una confianza en el futuro a prueba de bomba. Todavía no entiendo el porqué, pero creo que esa vitalidad y felicidad de la que hacen gala tiene que ver con el hecho de sentirse únicos y que su vida tiene un fin, un propósito. Un propósito que no tiene que ver exclusivamente con ellos mismos. En ese propósito hay una comunicación directa con… iba a decir un ser superior, pero ¡Qué caramba!, la comunicación es con el jefe de todo, con el Capo di capi. ¿Cómo te vas a sentir insignificante cuando tienes ese tipo de “contactos”?.
¿Cómo nos sentiremos cuando podamos re-escribirnos a nosotros mismos? ¿Seguiremos disfrutando de las ventajas de estar en el centro del Universo o por el contrario nos sentiremos contingentes, insignificantes, deudores de un código que puede manipularse, cambiarse y adaptarse a las condiciones sociales?
"Diosito"
ResponderEliminarEn el cristianismo, la fe esencial, en mi opinión, se da en algo aparentemente no cristiano, casi spinoziano: El Gran Misterio no lo es en el plano metafísico sino en su identificación a lo concreto, a lo contingente. La fe esencial lo es así en la Encarnación. Casi todo el mundo está de acuerdo en la historicidad de Jesús, pero la teología lo es de Cristo; no es lo mismo exactamente.
Lo extraordinario es que pueda percibirse el Gran Misterio como amor encarnado en un niño que nace en una aldea apartada, crece, percibe al Dios judío como próximo, tanto que le llama padre y cree apocalípticamente en la inminente llegada del Reino, hasta que muere gritando su abandono.
No fue una muerte en vano; la perspectiva de lo imposible se hizo evidencia en algunos y esa evidencia, como confianza radical en que al final hay un sentido, acabó cuajando, propagándose para bien y para mal.
Muchos cristianismos originarios, muchas evoluciones heréticas, distintas ortodoxias… pero un intento de mirada, de entender que no hay que buscar sólo más allá de las estrellas, con ser importante, sino dentro del corazón humano para encontrar a eso que no sabemos ni como llamarle; no es mal nombre “diosito”.
¿Qué pasará si puede interferirse con la propia evolución biológica de nuestra especie? Probablemente sea algo comparable a la energía nuclear: puede mejorar algunas cosas y destruir muchas.
Muchas gracias Javier por tu comentario. La idea de "al final hay un sentido" es muy turbadora, y si, creo que tienes razón cuando dices "inferirse con la propia evolución biológica de nuestra especie", en realidad con toda la evolución biológica. El sentido final de la vida es transmitirnos. No podemos escribir nuestro código, solo transmitirlo y tener la esperanza de que sirva y la selección natural le permita seguir transmitiéndose. Así hasta el infinito. En el caso de los humanos esa pulsión por transmitir se plasma en la transmisión de nuestra cultura, en nuestra obsesión por hablar por encima de los demás, por borrar las huellas de otros discursos, de otras culturas, prevalecer sobre los demás grupos. Creer en tu comunicación directa con "diosito" hace que tu pulsión por vivir, por estar, por transmitir gane un protagonismo cósmico, central, todo gira a tu alrededor. Cuando ganamos ese importancia el hecho de vivir y de transmitirnos se vuelve importante y tenemos la sensación de prevalecer. Eso genera bienestar. Si invertimos un esfuerzo increíble en transmitirnos, cuando estamos seguros de que tendremos éxito y que prevaleceremos... no se, quizás ahí está la inferencia con la propia evolución biológica de nuestra especie y somos unos animalitos felices.
ResponderEliminarGracias a ti, Esteban.
EliminarMe parece que tu respuesta se encuadraría en la concepción de la bondad de la creencia (que implicaría, como sugieres, una sensación de centralidad antropomórfica)como elemento de supervivencia de la especie. Habría una selección de creencia porque, de algún modo, esto facilitaría nuestra propia adaptación a u8n mundo extraño. Supongo que esto se encuadraría en la línea de la neuroteología: unos genes de "creencia" serían seleccionados...
Personalmente creo que tenemos serios límites en el conocimiento de nosotros mismos. Por un lado, en el propio contexto evolutivo (con la ignorancia de muchos elementos importantes, tipo genes FoxP2 o cosas así) que han permitido la transición al mundo del lenguaje, del símbolo, de la cultura. Mi perspectiva iría más en el sentido de que la creencia surge una vez que se da ese salto cualitativo y que es una respuesta al límute epistémico que supone la existencia de cada cual, más que elemento de agregación de supervivencia. Una cosa es que lo religioso sea integrador cultural y otra elemento adaptativo específico. Aunque bien pudiera ocurrir que las dos cosas tengan que ver.
Pero bueno, lo que digo no deja de ser una creencia sobre el origen de la creencia, con lo cual es como si no dijera nada.