* Zapatero, a tus zapatos
No, no voy a escribir de la situación económica del país, porque de eso no entiendo
absolutamente nada y me gustaría que quienes de verdad entienden (a la vista de la situación actual, parece que muy poca gente) “estén por la labor”. El viejo refrán castellano me ha venido a la cabeza a raíz de haber leído diversas manifestaciones y asistido a algunas reuniones o conferencias en las que se hablaba de la microbiota humana. Recuerdo una película italiana de 1981, dirigida por Nanni Moretti, titulada Sueños de oro, que aquel año ganó el premio especial del jurado del Festival de Venecia. El personaje principal, Michele Apicella (interpretado por el propio Moretti), es un joven director de cine que monta en cólera cuando dos amigos suyos se atreven a opinar sobre su película. Les dice que todo el mundo se siente con el derecho y el deber de hablar de cine y les suelta una ristra de temas sobre los cuales él no habla nunca: astrofísica, biología, neuropsiquiatría, botánica, álgebra, epigrafía griega, electrónica, autopistas, cardiología, radiología… Termina gritando: “¡No hablo de cosas que no conozco!” (http://tinyurl.com/3agyhw5).
Hace poco recordé esa escena. Fue cuando asistí a una charla que llevaba por título
“¿Tenemos un ecosistema en nuestro intestino?”. El conferenciante era un gastroenterólogo adscrito a un servicio del aparato digestivo de un hospital del sistema público de salud. Me sorprendieron algunas de las cosas que dijo sobre los microorganismos, a los que presentó con una imagen muy distinta de la que yo tenía. Es posible que después de estar inmersa en el mundo de la microbiología bastantes años (son cosas de la edad), yo haya adquirido errores que deban subsanarse a la vista de los grandes descubrimientos recientes de la genómica. Según el conferenciante, como “las bacterias tienen pocos genes (entre 600 y 1000), necesitan mucho de otros organismos y por eso viven en comunidades donde hay metabolismos variados”. En las personas, en cambio —siempre según el conferenciante—, “esto no es así porque tenemos muchos más genes (unos 25.000)”. Sobre algunos aspectos históricos de la microbiología, también oí cosas que no había oído, leído o visto nunca antes. Por ejemplo, que “a finales del siglo XVIII ya se cultivaban bacterias en placas de Petri” —
como se vio en una de las imágenes del powerpoint—, o que “la primera vacuna que se aplicó fue en 1895”.
No sé qué habría pensado el conferenciante si un microbiólogo hubiese impartido una
charla sobre la enfermedad celíaca, la diverticulitis, la hernia de hiato, los diferentes tipos de cáncer u otras enfermedades que pueden afectar al aparato digestivo. Al fin y al cabo, hace varias décadas parecía que Barry J. Marshall y J. Robin Warren eran unos intrusos en aquella especialidad cuando intentaron hacerse oír para explicar el origen infeccioso de la úlcera péptica. Sin embargo, ante la evidencia, se tuvo que aceptar que tenían razón y que Helicobacter pylori era el agente causal de la enfermedad.
Mi crítica no va dirigida a un médico que habla de microbiología, sino a alguien que, como el personaje de Moretti, habla de un tema que parece que no conozca muy bien. Al fin y al cabo, la microbiología no es patrimonio de los estudios de biología, y con los actuales planes de estudio, según la especialidad que se elija, el conocimiento de microbiología al terminar la licenciatura de biología puede ser mínimo. Sin embargo, el papel de la microbiología en materias como la genética, la biología molecular, la farmacología, la epidemiología, la gastroenterología o las ciencias ambientales, por nombrar sólo unas pocas, ha aumentado enormemente. En las facultades de medicina, veterinaria y farmacia, así como en los hospitales, la microbiología tendría que recibir el reconocimiento que merece y no ser únicamente una ciencia auxiliar, como es ahora en muchos de esos centros. Y sobre todo, la voz de los médicos, farmacéuticos y veterinarios microbiólogos (y microbiólogas), que han dedicado toda su carrera a ese campo de la ciencia, debe ser oída y tenida muy en cuenta en el ámbito hospitalario y en el sistema de salud, tanto humana como animal.
Como decía Moretti a sus interlocutores en la película mencionada, es mejor no hablar de cosas que no se conocen, o que se conocen poco. Y dada la gran cantidad y calidad de libros de texto dedicados a la microbiología, los abundantes recursos de que disponen estudiantes y profesionales, y las excelentes asociaciones científicas dedicadas a la microbiología, cualquier persona que desee dedicarse a los microorganismos, aunque sea desde otro ámbito científico, debería tener la precaución de leer y estudiar (o repasar) el gran conocimiento que se tiene ahora del mundo de los microbios. Además de aprender, descubriría el placer de penetrar en ese mundo invisible.
Es decir, que si se quiere hacer algo más que zapatos, es fundamental aprender esas
otras cosas, escuchando, por ejemplo, a los compañeros (y compañeras) que ya llevan
muchos años en el oficio.
Mercè Piqueras (mpiqueras@microbios.org)
Presidenta de la Asociación Catalana de Comunicación Científica
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