El doctor J. Cutler examinando a marines americanos
El primer objetivo era, supuestamente, encontrar un país pobre, sin instituciones y sin servicios de salud, donde un señor con acento estadounidense, bata blanca y estetoscopio al cuello pudiera trabajar con libertad haciendo creer a todos que había llegado para curar. Eran los años 40 y el lugar ideal era Guatemala.
Después, poco a poco, se fue eligiendo a las prostitutas, preferentemente con muchos clientes y pocos escrúpulos. Después se escogió a soldados, pobres, huérfanos, locos, indígenas... y así cientos y cientos de personas víctimas de un experimento salido de los laboratorios de Estados Unidos, pero para ser probado entre los miserables de Guatemala.
En total, tal y como se conoció el lunes, fueron 1.300 infectados entre 1946 y 1948 en un masivo experimento detrás del que estaban la Secretaría de Salud del gobierno de EEUU y el siniestro doctor John Cutler, famoso también en Alabama por haber utilizado como 'conejillos de indias' a cientos de negros en el llamado experimento 'Tuskegee' en el que fallecieron más de un centenar de personas.
"Una monstruosidad", tituló este martes al diario PrensaLibre, el más importante de Guatemala al conocer los datos del experimento: 5.500 pacientes engañados, 1.300 infectados, 83 muertos. A ellas les inyectaban sífilis y gonorrea en el brazo y a ellos en el pene.
Barack Obama llamó a Álvaro Colom para pedirle perdón por hacer creer a la población que lo que parecía una vacuna para estudiar los efectos de la penicilina era en realidad una agresiva bacteria que primero destruye los tejidos blandos y los huesos, que después provoca insuficiencias cardiacas y ceguera, y finalmente llena el cuerpo de horribles llagas amarillas.
"Inicialmente se utilizó a prostitutas para que extendieran la enfermedad pero como no funcionó bien, se recurrió a los soldados y niños de un orfanato de la capital a los que se les inoculaba en los testículos con un pequeño raspado, que luego se ponía en contacto con secreciones sifilíticas", explicó meses atrás a ELMUNDO.es el doctor Carlos Mejía, miembro de la comisión que puso en marcha el gobierno guatemalteco para encontrar a posibles víctimas de los experimentos.
-¿Por qué entregan saliva a los doctores?
-Bueno porque además de buscar Sida, detectan gratis los casos de tuberculosis
-¿Gratis?
-Sí un servicio a la humanidad
-Por favor, las farmacéuticas nunca hacen nada gratis, dice la actriz Rachel Weisz poco antes de ser asesinada en la película 'El jardinero fiel' (2005, The constant gardener) cuando una larga fila de engañados africanos se deja explorar por una multinacional que ensaya con humanos antes de lanzar sus medicamentos al mercado. Un método que sesenta años antes ya se probaba en Guatemala y antes con los judíos en los campos de concentración nazis.
El temible doctor Cutler
Lo que tampoco sabían los guatemaltecos es que detrás de este proyecto estaba John C.Cutler (1915-2003) jefe del programa de enfermedades venéreas del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos y, años después, uno de los cerebros del conocido caso 'Tuskegee', uno de los episodios más funestos de la historia de la medicina.
Este gigantesco experimento clínico, que fue dirigido por el Servicio de Salud Pública desde 1930, engañó a cientos de hombres negros, pobres y analfabetos de Alabama que, sin saberlo, sirvieron durante años para estudiar los daños que la sífilis les iba causando.
La práctica se mantuvo hasta que en 1972 un colaborador filtró la información a un periodista. Habían fallecido 28 hombres de sífilis y otras 100 personas más por complicaciones relacionadas. El escándalo llegó al Congreso quien logró una indemnización millonaria para esposas, viudas y niños y hasta Cutler pudo ver, seis años antes de su muerte en 2003 como el presidente Bill Clinton pidió perdón públicamente por aquella aberración.
Pero como el 'thriller' de 'John Le Carré', en el que se basa la película, en esta historia también hay una heroína, que no viajó a Kenia, sino hasta la universidad de Pittsburgh. En los archivos de la biblioteca, la doctora Susan Reverby, descubrió que Guatemala fue durante la presidencia de H. Truman, el banco de pruebas de los científicos estadounidenses.
Hallazgo del experimento
"Estados Unidos buscaba un lugar donde pudiera encontrar gente ya infectada con esas enfermedades y en esa época, en Guatemala, era legal introducir prostitutas en las prisiones y en los cuarteles, lo que facilitó el estudio. EEUU encontró el lugar idóneo". "Abrí las cajas en buscaba de material para mi libro sobre 'Tuskegee' y esto es lo que había adentro. Me quedé impresionada con lo que encontré. Desde ese momento, comencé a redactar un informe sobre el nuevo caso", explicó en entrevista con este periódico.
En ese informe se señala que los médicos se habrían decidido por Guatemala, por la poca presencia de la enfermedad entre los habitantes y porque supuestamente las autoridades del país les habían asegurado que la sífilis era común entre los latinoamericanos. Ante la imposibilidad de ingresar a prostitutas en el hospital mental y la aparente resistencia de los reos a la enfermedad no le permitieron a Cutler seguir con sus experimentos en adultos, por lo que enfocaron los experimentos en el orfanato de la Ciudad de Guatemala.
Pero la profesora Reverby no sólo descubrió que se estaba inoculando enfermedades venéreas, sino también las malas artes empleadas tal y como se revela en las cartas que por aquel entonces intercambiaron John Cutler y R.C.Arnold, uno de sus colaboradores: "Les estamos explicando a los pacientes, salvo algunas excepciones, que el tratamiento es un nuevo suero, este doble discurso me ayuda a ganar tiempo", dice una de las misivas enviadas por Cutler.
"Una palabra del experimento a las personas equivocadas aquí en Guatemala o incluso en casa, podría hacer fracasar todo el proyecto o algunas partes de él", señala en otra de las cartas.
En definitiva, eran los años cuarenta, y Guatemala era un país miserable y sin instituciones donde un señor con acento estadounidense, bata blanca y estetoscopio al cuello podía hacer creer que había llegado para curar.
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