El científico debe de evitar lo endogámico de su profesión y
la divulgación es una puerta abierta en esa casa de olores rancios y cuchicheos.
Evitar la ciencia ensimismada, encerrada en si misma, falta de perspectiva,
alejada de las necesidades de las personas. Durante la historia de la ciencia
ha habido culturas que han conquistado grandes logros científicos. Los
egipcios, los mayas… Una vez que estas culturas desaparecieron sus logros
murieron con ellos. El conocimiento científico estaba ligado a la casta
sacerdotal, incluso, como es el caso de los mayas, tenían un idioma propio.
Viendo la película de Amenabar sobre Hipatía de Alejandría
daba la sensación de que la gran biblioteca y el saber helénico habían perecido
simplemente a manos de los fanáticos cristianos, lo mismo que sucede hoy en día
en países como Afganistán a manos de los radicales islámicos. En la película,
al director y al guionista se les escapa que aquellos sabios del imperio romano
eran esclavistas y consideraban el conocimiento como una materia propia de su
rango. ¿Se preocupaban de que el pueblo llano participase de alguna forma en
los debates científicos que les ocupaban?.
En el caso de Afganistan es muy curioso ver las fotografías de Kabul en 1967, lleno de mujeres incluso con las cabezas descubiertas. No
había diferencia alguna con las ciudades españolas de entonces. Luego llegó la
invasión soviética y la financiación de grupos de rebeldes, lo talibanes,
radicales islámicos, por los americanos, como se puede ver en la película “La
guerra de Charly Wilson” de Tom Hanks y Julia Roberts. El dinero del petroleo sirvió para
mantener a los más radicales y cenutrios en el poder. La educación del pueblo
desapareció y los maestros fueron substituídos por mulás. La élite se sigue
educando en Inglaterra y los EEUU. El día que se les acabe el petroleo esas
masas analfabetas tomarán el poder y gobernarán en base a sus prejuicios y
supersticiones.
Afganistan y la biblioteca de Alejandría son caras de la
misma moneda. La educación, la ciencia y el espíritu crítico o son universales
o están condenados a desaparecer. La ciencia es excelencia, espíritu pionero,
trabajo arduo y resultados reproducibles, pero también tiene que ser
divulgación. La divulgación es un camino de doble sentido: el divulgador
divulga pero también aprende. No hay mejor cura de humildad que tratar de
explicar tu trabajo a un lego. Si lo haces bien las preguntas que te formulen
te van a proporcionar una perspectiva sobre tu trabajo que es imposible que te
lo den tus colegas: ellos son igual que tu y participan del mismo esquema
mental.
Cuenta Santiago Ramón y Cajal, el único premio Nobel de
ciencia español que desarrolló su trabajo íntegramente en España, que la idea
fundamental para lograr entender la estructura celular del cerebro vino de la
persona que le proporcionaba los animales que él utilizaba para hacer sus
cortes y preparaciones de cerebros: utilizar cerebros de recién nacidos. Si el
cerebro adulto era un amasijo de células y sinopsis, axones y denditras, el
panorama cerebral sería más sencillo y más claro en recién nacidos y embriones.
Ramón y Cajal tomó nota de ello y esta observación fue clave para obtener sus
resultados.
Santiago Ramón y Cajal fue, además de un gran científico, un
gran divulgador que nos dejó obras como: "El mundo visto a los 80 años", "Memorias, infancia y juventud", "Recuerdos de mi vida", "Los tónicos de la voluntad" que además de estar bien escritas
es documentos extraordinarios que muestran cómo es la neurosis del científico y
que le lleva a obsesionarse con un tema. La figura del padre, la forja de la
voluntad durante la juventud, un espíritu optimista a prueba de bomba que le
lleva a considerar las fiebres que contrajo durante la Guerra de Cuba como una
fortuna muy grande que le restó el exceso de energía que siempre había tenido y
así pudo concentrarse más fácilmente en su trabajo.