Prueba de manipulación mediante Photoshop en un experimento genético
La opinión pública tiene en general y los medios de comunicación se encargan de difundir una imagen de la ciencia y los científicos beatífica. La ciencia aséptica, los científicos abnegados en su trabajo. En un mundo de caos y corrupción la ciencia permanece ajena… Simplemente compárese el colectivo científicos frente al colectivo políticos. ¿No hay política en ciencia? ¿no hay corrupción?. El prestigio de la ciencia es enorme. Todas las áreas de conocimiento humanistico y social quieren ser ciencias. Hay hasta facultades de “Ciencias de la Información”. Este prestigio cosechado por el avance de la ciencia hace que el colectivo científicos y la ciencia no se vean salpicados por las miserias humanas que existen en toda empresa colectiva y en todo grupo de personas. En la prensa aparecen de vez en cuando notas negativas que salpican esta imagen aséptica: los científicos alemanes culpando injustamente al pepino español de brote de E. coli; el científico Coreano que amañó los resultados de experimentos con células madre; los científicos americanos que inocularon sífilis en ciudadanos Guatemaltecos; científicos alemanes y japoneses realizando experimentos sádicos en prisioneros de guerra durante la 2ª Guerra Mundial. Los casos son pocos y su carácter de excepción ayudan a mantener esa idea beatífica sobre la ciencia. Sin embargo, en series, libros de ciencia ficción y dibujos para niños ya hace años que ha aparecido la figura del científico malvado que utiliza el poder de la ciencia para satisfacer su deseo de poder.
Hay tres colectivos de científicos que comienzan a estar asociados a actividades “malignas”: los que trabajan para las compañías farmacéuticas; científicos militares y los que trabajan para empresas de agricultura. Se perciben como peligrosos por que su finalidad es la de aumentar el beneficio de sus empresas a toda costa, o de garantizar su éxito en batalla, en el caso de los militares. Científicos que patentan remedios descubiertos por indígenas; plantas modificadas genéticamente que no se pueden resembrar; pruebas de medicamentos en países de tercer mundo; acumulación de arsenales biológicos.
Una de las bases del prestigio de la ciencia ha sido la independencia que proporcionaba la libertad de cátedra. Desde allí el científico podía criticar lo que él consideraba erroneo. Hoy en día los programas y laboratorios científicos son caros y ya no dependen de una sola persona. Son pequeñas empresas que necesitan mucha financiación. En este sentido el científico ha perdido independencia. Ahora necesita “cortejar” a los miembros de los tribunales que van a evaluar su trabajo, su petición de fondos etc. Además al trabajar en instituciones más grandes, este tipo de instituciones marcan cual tiene que ser la política de comunicación. Aparecen los gabinetes de comunicación que filtran las noticias adecuándolas a los intereses de la institución que paga al gabinete. De esta manera el científico ya no es un interlocutor para los medios de comunicación. Su voz está modulada por la política de comunicación de la institución a la que pertenece y de las agencias que financian su investigación. Como resultado la credibilidad de los científicos está empezando a leerse entrelíneas. ¿Cuántas curas para el cancer habremos escuchado ya?, ¿cuántas veces habremos escuchado “científicamente probado” en los medios de comunicación? ¿cuántas imágenes de personas vestidas de bata blanca vendiéndonos cualquier alimento o detergente habremos visto?.
Por lo tanto, la credibilidad de la ciencia se resentirá en años venideros por la pérdida de libertad del científico frente a las instituciones que los contratan y financian y también por el abuso de su imagen por los medios de comunicación.
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